Existía, pero pasaba desapercibida. La innovación que nace en los laboratorios es clave para poner fin a la pandemia y a los retos globales del futuro. Que una empresa de Galicia sea la elegida para producir la primera vacuna fabricada en la UE muestra que se puede cerrar el círculo si hay inversión.
La capacidad de Galicia para generar talento científico, a costa tantas veces de que emigrase, era conocida. Lo que sorprendió más a propios y extraños con la pandemia fue descubrir que, además de formar a investigadores, en el territorio que cercan Os Ancares se producen medicamentos. Y vacunas. En concreto, una contra el coronavirus. La de la farmacéutica norteamericana Novavax. A partir de abril, 200 millones de dosis contratadas saldrán para toda la UE de la nave de la empresa Zendal en O Porriño. Un hito, hasta la fecha, en España. Ha sido una crisis viral la que ha llevado a la sociedad a valorar la urgencia de una bioindustria propia. Que los gobiernos, central y autonómico, y los inversores compartan esta prioridad es el paso necesario para el cerrar el círculo que empieza en los centros de investigación y termina en las plantas de producción. La pontevedresa Zendal, que en el 2019 facturó 40 millones de euros, es un ejemplo de que, con financiación, se puede.
123 Empresas
En O Porriño, antes que Zendal, fundada en 1993 como CZ Veterinaria -el campo animal, con normas en general más laxas, suele ser el origen de muchas de estas empresas-, nació en 1939 Zeltia, germen de PharmaMar, ahora con sede social en Madrid. Entre sus éxitos está Yondelis, el primer antitumoral comercializado con patente española. Además, la británica AstraZeneca tuvo una sede aquí hasta el 2009. Pero, el biotech es más amplio. De las 61 empresas biotecnológicas del 2015 -el concepto que engloba a la biomedicina y biofarmacia, humanas, y al agro- , pasamos a 123 compañías en activo a día de hoy. Dieron trabajo a 1.801 personas en el 2019, 618 contratados más que en el 2014, y facturaron 405,7 millones de euros. Casi el doble que los 229,8 millones del 2014, según el Clúster Tecnolóxico Empresarial das Ciencias da Vida (Bioga). La perspectiva para el 2021 es que continúe el ritmo de crecimiento anual del 10 % en estos indicadores, a lo que debería ayudar el nuevo plan estratégico autonómico para el 2021-2025, y los fondos europeos anticovid NextGeneration, donde Galicia espera captar 450 millones de euros en tres proyectos tractores.
El último informe de la Asociación Española de Bioempresas, AseBio 2019, refleja cómo Galicia está aún lejos de Cataluña, Madrid, Andalucía, el País Vasco y la Comunidad Valenciana –es la sexta autonomía, con 43 compañías, en el cómputo de AseBio, que se limita a la Clasificación Nacional de Actividades Económicas (CNAE), y no incluye a las usuarias de biotecnología para desarrollar su actividad-, pero resalta el reciente impulso emprendedor. Empatada con el País Vasco, Galicia es la segunda comunidad que más empresas biotecnológicas creó en el 2019, solo por detrás de Cataluña. Y es de las que más factura: 8,3 millones de euros de media en sus biotech, frente a los 1,8 de las vascas.
El salto pendiente
Los mimbres están. Queda consolidarlos. Pero, antes de llegar hasta aquí, a la empresa, hay un paso previo: la red que forman las tres universidades gallegas con sus nueve centros de investigación. El Cimus y el Ciqus están el Campus Vida (USC), de excelencia internacional, como también lo es el Campus do Mar, de la UVigo. Todos se articulan en fundaciones, Fidis (CHUS), Inibic (Chuac), y la Fundación Biomédica Galicia Sur (Chuvi), con sus respectivos hospitales de referencia. Colaboran con programas de referencia internacional con Janssen o Roche y son el primer eslabón, de donde salen el grueso de las spin-off y startup. En la USC cuentan diez hasta el 2019, cinco en el 2020. Otras cinco empresas son las que calcula la UVigo surgidas de sus grupos. «Una universidad sin investigación, hoy, no tiene sentido», remarca Salvador Naya, vicerrector de la UDC, donde está otro de los centros, el CICA. Para culminar el proceso y ser bioindustria, además de contratar investigadores y evitar la huida de cerebros, se necesitan recursos para fabricar, para transformar. «Las grandes farmas han sido posibles porque ha habido una gran alianza público y privada: Oxford con Astrazeneca, Harvard con Moderna», explica María José Alonso, la catedrática de Farmacia del Cimus que trabaja en una de las posibles vacunas españolas contra el covid, como su compañero del Ciqus, el biólogo José Martínez Costas, que manifiesta: «Llevamos una década desastrosa en financiación». Sin un apoyo público, decidido y estable, como el de Boston o Oxford, con la inversión privada no llega. «Lo normal es que una empresa empiece a facturar a los cinco años, un fármaco no baja de los 15 años de media para su desarrollo, que puede costar 100 millones», estima Julio Martínez, director de proyectos del Bioga. Esto obliga a que «en Galicia se hagan las primeras fases, para luego venderlas a grandes farmas», dice Julio Martínez. La pandemia es la urgencia, pero ahí están los retos medioambientales, la resistencia a los antibióticos o el cáncer. En todos, la solución pasa por el sector. «De lo poco bueno de esta crisis, es que se está visibilizando que lo que se hace en los laboratorios sirve para algo», concluye Martínez Costas. La última palabra está en los presupuestos públicos.